Lo que tiene en común con un espejo y cómo eso afecta su vida cristiana
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¿Cuál es la razón por la cual actuamos como las personas que nos rodean? Hasta cierto punto, nos damos cuenta que así sucede. Pasamos mucho tiempo con cierto amigo y de repente las personas comienzan a hacer comentarios sobre nuestros manierismos que son similares, nuestro hablar y reacciones etc. Incluso nuestros gustos y preferencias tienden a ser iguales.
La razón por lo cuál esto sucede es muy sencilla: somos espejos.
Un espejo fue hecho para reflejar cualquier cosa que esté frente a él. Siempre y cuando el espejo no esté cubierto con algo, reflejará el objeto que esté frente a él. Ni siquiera intenta reflejar o incluso desea hacerlo, simplemente lo hace. Cualquier cosa que el objeto haga, el espejo lo reflejará. Esta habilidad de reflejar se debe a lo que realmente representa el espejo. Ningún tipo de determinación o fuerza logrará que el espejo mejore o empeore su función. Un espejo refleja lo que se encuentra frente a él sencillamente porque esa es su función.
Los seres humanos son parecidos; nosotros reflejamos lo que vemos, y para los creyentes, reflejar representa una aplicación muy específica.
En 2 Corintios 3:18 se nos menciona un secreto muy poderoso respecto a la vida cristiana:
“Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”.
Este versículo nos compara con espejos que cuando estamos descubiertos, miramos y reflejamos la gloria del Señor. Hay que notar que el versículo no dice: “Mas nosotros todos con gran determinación, procurando con todas nuestras fuerzas ser como Cristo…” sencillamente dice que miramos a Jesús y lo reflejamos como un espejo.
Mirar y reflejar al Señor
Al igual que los espejos, nosotros siempre estamos reflejando algo. Quizás lo que nos ocupa es nuestro programa de televisión favorito, un buen libro e incluso una causa social, y pasamos nuestro tiempo reflejando o mirando todas las cosas relacionadas a esto. De modo que cuando estamos con otros, hablamos de eso. Es algo automático, pues es lo que está en nuestro ser; es lo que miramos, así que ahora lo reflejamos.
Mirar es sencillamente un asunto que tiene que ver en dónde está nuestro corazón involucrado y qué es lo que le interesa. Esforzarnos o laborar no son parte del plan. Una manera fácil de descubrir lo que miramos es preguntarnos a sí mismos ¿en dónde está nuestro corazón involucrado?
Así que, ¿de qué manera miramos al Señor? Según 2 Corintios 3:16:
“Pero cuando su corazón se vuelve al Señor, el velo es quitado”.
Miramos al Señor por medio de volver nuestro corazón a Él. Este es el secreto; si nuestros corazones miran otra cosa que no sea Cristo mismo, no podremos evitar más que reflejar esa cosa. Es probable que deseemos ser como Cristo, no obstante ni siquiera somos capaces de contemplar “ser como Cristo” en vez de eso, debemos mirar a Cristo mismo.
Mirar y reflejar no es imitar. Imitar se lleva a cabo cuando cambiamos nuestra actitud para igualar nuestro propio concepto de lo que creemos es ser como Cristo. Esto lleva mucho esfuerzo y finalmente se queda corto debido a que nadie puede imitar de forma perfecta.
Sin embargo, cuando miramos no hacemos ningún esfuerzo. Simplemente volvemos nuestros corazones al Señor, y debido a que somos espejos, automáticamente reflejamos al Señor, es decir, Él mismo brilla desde nuestro ser interior transformado por medio de nuestro comportamiento exterior. Esto se debe a que fuimos cambiados interiormente por medio de que se añada en nosotros esté Cristo que miramos. De modo que lo que otros miran no es una persona que intenta ser como Cristo, sino que miran a Cristo mismo reflejado en nuestro vivir.
La condición: a cara descubierta
Muchas veces no podemos mirar a Cristo debido a que nuestros corazones tienen un velo. Si un espejo está cubierto con una tela, solamente reflejará a la tela. En 2 Corintios 3, vemos que el amor de los israelitas por la ley llegó a ser un velo sobre sus corazones. Algunas de las cosas que aparentemente son positivas como la filosofía, conceptos religiosos, tradiciones en la cultura y hasta nuestras propias ideas acerca del Señor pueden ser un velo para nosotros. Cuando nuestros corazones se vuelven a esas cosas en vez de volverse a Cristo, quien es la Persona que vive en nuestro ser, nuestro corazón lleva un velo, y no podemos mirar y reflejar a Cristo.
Si sentimos que nuestro corazón está cubierto, incluso un poco, podemos orar para que el Señor nos vuelva de cualquier cosa que tenga un velo en nuestro corazón, hasta las cosas que aparentan ser inofensivas como nuestra idea de lo que significa ser un buen cristiano. Entonces, cuando volvemos nuestros corazones al Señor, podemos mirarlo.
Cada día, especialmente cada mañana, podemos comenzar con esta práctica excelente de orar: “Señor Jesús, vuelvo mi corazón a Ti. Ten misericordia de mí y muéstrame cualquier cosa que sea un velo e impida que te mire hoy. Señor, vuelvo mi corazón para mirarte. Te amo, Señor Jesús”.
Una manera sencilla de vivir a Cristo
Entre más pasamos tiempo mirando a Cristo quien vive en nuestro espíritu, más somos infundidos con Él. Cristo se aumenta en nosotros, poco a poco se lleva a cabo una transformación en nuestro ser y lo reflejamos. Nuestros amigos y familia pueden sentir este cambio en nosotros, incluso cuando no pueden identificar el origen de este sentir. Nosotros mismos quizás ni nos demos cuenta que hemos cambiado, debido a que el cambio no es el resultado de una superación personal o algo que proviene de nuestro propio esfuerzo. ¡Alabado sea el Señor que lo ha hecho tan sencillo! Como espejos que somos, no es necesario que hagamos mucho; sencillamente debemos volver nuestros corazones para mirar al Señor y reflejarlo.
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