La resurrección de Jesucristo es fundamental para la fe cristiana debido a que todas las verdades cristianas yacen en ella. Sin la resurrección de Jesucristo la fe cristiana sería meramente un código de conducta moral, una de las tantas filosofías y religiones del mundo.
Sin embargo, la resurrección es real; el Señor Jesús sí se levantó de entre los muertos. Y para ser un cristiano, una persona debe creer en Su resurrección. Cuando creemos en la resurrección de Jesucristo y la declaramos como un hecho absoluto, podemos tener la seguridad de nuestra salvación y recibir por fe todas las promesas y experiencias maravillosas que yacen en tal verdad fundamental.
La resurrección de Cristo fue un evento trascendental en la historia, y para nosotros en la actualidad significa algo más. Es mucho más que un evento histórico en el cual podemos creer objetivamente. La resurrección de Cristo se relaciona con nuestra experiencia como cristianos hoy en día. Esto se debe a que ocurrieron tres cosas maravillosas en la resurrección de Jesucristo y estas tres cosas afectan nuestra vida como creyentes directamente.
1. En la resurrección de Cristo, Cristo vino a ser el Hijo primogénito de Dios.
Muchos de nosotros sabemos que Cristo es el Hijo unigénito de Dios. Juan 3:16, un versículo famoso, nos dice que de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no perezca, mas tenga vida eterna. En su divinidad, Cristo es el Hijo unigénito de Dios de eternidad a eternidad.
No obstante, el Nuevo Testamento también nos dice que en resurrección, Cristo vino a ser el Hijo primogénito de Dios (Ro. 8:29). ¿Cómo es posible que ambos aspectos de la persona de Cristo sean verdaderos?
A fin de entender esto, es necesario que veamos que Cristo es completamente Dios y completamente hombre. Como el Hijo eterno de Dios, Él es divino. Sin embargo, Él vino a ser un ser humano genuino en esta tierra a fin de cumplir el propósito de Dios.
El propósito original de Dios al crear al hombre era que recibiéramos Su vida y estuviéramos unidos a Él. Al compartir Su vida, seríamos Sus hijos a fin de expresarlo y representarlo en la tierra. Sin embargo, el hombre cayó en el pecado, y no podíamos recibir la vida de Dios para ser hijos de Dios.
Pero Dios no se dio por vencido en cuanto a Su propósito. En vez de eso, Él envió a Su Hijo, Jesucristo, para que viviera una vida humana perfecta que expresara a Dios. El Señor Jesús entonces murió en nuestro lugar a fin de redimirnos, lavar nuestros pecados y calificarnos para recibir la vida de Dios a fin de llegar a ser Sus hijos.
Después de morir por nosotros, ¡Cristo también resucitó! En Su resurrección, Cristo, con Su humanidad, vino a ser el Hijo primogénito de Dios. La nota 1 en Hechos 13:33 nos explica lo siguiente:
“La resurrección fue un nacimiento para el hombre Jesús. Él fue engendrado por Dios cuando resucitó y así llegó a ser el Hijo primogénito de Dios entre muchos hermanos (Ro.8:29). Era el Hijo unigénito de Dios desde la eternidad (Jn. 1:18; 3:16). Después de la encarnación y mediante la resurrección Él fue engendrado por Dios en Su humanidad como Primogénito de Dios”.
Mediante la resurrección, Cristo vino a ser el Hijo primogénito de Dios, un término que implica que muchos hijos de Dios llegarían a existir y ¡estos hijos somos nosotros!
Al creer en Cristo, nosotros los seres humanos llegamos a ser hijos de Dios. ¡Qué maravilloso! Mediante la obra de Cristo en la cruz, nosotros, los pecadores caídos somos redimidos y calificados. Por medio de la resurrección de Cristo nosotros los pecadores redimidos y calificados recibimos la vida eterna y divina de Dios, llegamos a ser los muchos hijos de Dios con Cristo, ¡el Hijo primogénito!
Aunque somos los muchos hijos de Dios, aún seguimos expresándonos a nosotros mismos, nuestra propia vida. Sin embargo, estamos en el proceso de crecer en Su vida divina mientras pasamos tiempo con el Señor día tras día. Y cada día mientras crecemos, somos conformados más y más a la imagen del Hijo primogénito de Dios, Cristo, a fin de expresarlo hoy en esta tierra.
2. En la resurrección de Cristo fuimos regenerados.
En cierto sentido, fuimos regenerados, o nacimos de nuevo, en una fecha y lugar determinado. En otro sentido, sin embargo, la Biblia nos dice que fuimos regenerados cuando Cristo resucitó de entre los muertos.
La Palabra de Dios nos muestra este hecho extraordinario en 1 Pedro 1:3:
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según Su grande misericordia nos ha regenerado para una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos”.
La nota 4 del Nuevo Testamento Versión Recobro explica el significado que esto tiene para nosotros:
“La regeneración, como la redención y la justificación, es un aspecto de la plena salvación de Dios. La redención y la justificación resuelven el problema que tenemos con Dios y nos reconcilian con Él; la regeneración nos vivifica con la vida de Dios, llevándonos a una relación de vida, una unión orgánica, con Dios. Por consiguiente, la regeneración da por resultado una esperanza viva. Tal regeneración es efectuada por medio de la resurrección de Cristo de entre los muertos”.
Nacimos de nuevo, es decir, fuimos regenerados en la resurrección de Cristo. La resurrección de Cristo fue como un gran parto, no solamente de Cristo mismo como el Hijo primogénito de Dios, sino también de todos los creyentes de Cristo como los muchos hijos de Dos. En la resurrección de Cristo fuimos regenerados, nacimos de nuevo de la vida divina.
Como la nota explica, la regeneración nos lleva a una relación de vida con Dios. No solamente somos aquellos que adoran a Dios y creen en Dios de manera objetiva. Tenemos una relación con Dios que es subjetiva, una relación de vida. Al ser regenerados con Su vida ahora tenemos la vida divina de Dios.
Para poder apreciar y entender más sobre la regeneración como una relación de vida con Dios, le animamos a leer estas entradas: ¿Qué significa nacer de nuevo? y ¿Qué sucede cuando una persona es salva?
3. En la resurrección de Cristo, Cristo fue hecho el Espíritu vivificante.
Las palabras “se hizo” en el Nuevo Testamento se usan en dos lugares muy importantes que tienen que ver con los dos pasos tremendos que Dios tomó para salvarnos.
Primero, Juan 1:1 y 14 dicen lo siguiente:
“El Verbo [Cristo] era Dios…” “Y el Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros”.
¡Cuán tremendo es esto! El Dios eterno se hizo carne, el hombre llamado Jesucristo.
Jesucristo es Dios mismo quien vivió entre nosotros como un hombre genuino. Él es Dios, el Origen mismo de vida, encarnado. Es por esto que el Señor Jesús podía decir: “Yo soy la vida”. Aparte de Cristo, el Dios encarnado, nadie puede hacer tal declaración. Y ya que Él también era un hombre genuino de carne y sangre, Cristo pudo ir a la cruz para morir y cumplir con la redención.
Aparte de este primer “se hizo” tremendo, Pablo habla de otro maravilloso “Fue hecho” en 1 Corintios 15:45:
“Así también está escrito: ‘Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente’; el postrer Adán [Cristo], Espíritu vivificante”.
La nota 1 en 1 Corintios 15:45 nos muestra el significado de este “fue hecho” para nosotros como creyentes:
“Por medio de la creación, Adán fue hecho alma viviente con un cuerpo anímico, o sea, del alma. Por medio de la resurrección Cristo se hizo Espíritu vivificante con un cuerpo espiritual. Adán como alma viviente es natural; Cristo como Espíritu vivificante está en resurrección. Primero, en la encarnación Él se hizo carne para la redención (Jn. 1:14, 29); luego, en resurrección se hizo el Espíritu vivificante para impartir vida (Jn. 10:10b). Por medio de la encarnación Él tenía un cuerpo anímico, así como lo tenía Adán; por medio de la resurrección Él tiene un cuerpo espiritual. Su cuerpo anímico ha llegado a ser un cuerpo espiritual por medio de la resurrección. Ahora Él es el Espíritu vivificante en resurrección, tiene un cuerpo espiritual, y está listo para ser recibido por Sus creyentes. Cuando creemos en Cristo, Él entra en nuestro espíritu y somos unidos a Él, quién es el Espíritu vivificante. Por tanto, llegamos a ser un espíritu con Él (6:17). Nuestro espíritu es vivificado y es resucitado con Él. Finalmente, nuestro cuerpo anímico actual llegará a ser un cuerpo espiritual en resurrección, igual que el Suyo (vs. 52-54; Fil. 3:21)”.
No solamente fuimos redimidos, sino que fuimos vivificados en nuestro espíritu con la vida de Cristo. Cristo como el Espíritu vivificante imparte la vida divina en nuestro ser. Históricamente, Cristo se hizo hombre y vivió entre nosotros, sin embargo, hoy como el Espíritu, vive en nosotros y estamos unidos a Él.
Debido a que Cristo en Su resurrección se hizo el Espíritu vivificante, nosotros los creyentes estamos unidos a Él subjetivamente. El Señor Jesús a quien adoramos y amamos no está fuera de nosotros; ¡Él como el Espíritu vivificante mora en nosotros! ¿Qué podría hacer nuestra experiencia de Cristo más subjetiva que esto? Cristo vive en nosotros. Él siempre está presente con nosotros en nuestro espíritu, deseando darnos vida todo el tiempo. Como el Espíritu con nuestro espíritu, Él hoy está disponible para ser nuestra vida y nuestro todo.
Somos los muchos hijos de Dios, regenerados con la vida de Dios, el cual mora en nosotros como el Espíritu vivificante.
En la resurrección maravillosa de Cristo, Él llegó a ser el Hijo primogénito de Dios y nosotros llegamos a ser los muchos hijos de Dios, regenerados con la vida indestructible de Dios. Hoy podemos conocer y experimentar a Cristo subjetivamente debido a que Él mora en nuestro espíritu como el Espíritu vivificante.
Cada día podemos disfrutar estos hechos maravillosos al ejercitar nuestro espíritu para alabarlo, participar de Él, invocar Su nombre y crecer en Él para ser hijos de Dios conformados a la imagen del Hijo primogénito de Dios para expresarlo en esta tierra. ¡Alabado sea el Señor por Su resurrección maravillosa!