¿Me seguirá perdonando Dios?

Los creyentes saben que no son inmunes al pecado. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando cometemos los mismos pecados una y otra vez? acaso Dios no se decepciona por esto? ¿se enojará a tal punto de que se niegue a perdonarnos? ¿cuánto tardará para que esto suceda?

Como creyentes en Cristo, es necesario que estemos claros respecto al pecado, el perdón y el corazón de Dios hacia nosotros. Cuando no sabemos o se nos olvida lo que la Biblia dice respecto a estas cosas, o cuando confiamos más en nuestros sentimientos que en la Palabra de Dios, comenzamos a experimentar preocupaciones, ansiedad, duda y hasta desesperación. En esta entrada nos enfocaremos en lo que la Palabra de Dios dice, en específico lo relacionado en cuanto al pecado.

Nuestra salvación no se pierde

Desde el principio, es preciso estar totalmente claros de que una vez que somos salvos, nunca perdemos nuestra salvación. La Palabra de Dios nos garantiza este hecho:

“Y Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie los arrebatará de Mi mano”. (Juan 10:28)

“Yo sé que todo lo que Dios hace, será para siempre”. (Eclesiastés 3:14)

“Porque irrevocables son los dones de gracia y el llamamiento de Dios”. (Romanos 11:29)

Cuando recibimos a Cristo como nuestro Salvador, recibimos Su vida eterna como un don irrevocable. Es decir, no puede ser arrebatada de nosotros. Fuimos regenerados y ahora somos hijos de Dios, nacidos de Dios con la vida de Dios. Esto es algo irreversible y jamás puede ser alterado.

Cuando los creyentes pecan

Cuando recién somos salvos, es probable que nuestra expectativa haya sido dejar de pecar. Sin embargo, pronto nos damo cuenta de que no es así. Y cuando pecamos, nos sentimos culpables y nos cuesta trabajo volvernos al Señor y orar. No obstante, Dios nos hizo una promesa poderosa en 1 Juan 1:9:

“Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia”.

Este versículo se escribió para los creyentes y no para los incrédulos. Como creyentes, tenemos comunión con Dios, pero cuando pecamos, nuestra comunión con Dios es interrumpida y nuestro disfrute de Él es obstruido. Esto se debe a que Dios, quien es justo y santo, no puede tolerar el pecado, y nuestra propia conciencia nos dice que tenemos un problema con Dios.

No obstante, este versículo nos da una promesa poderosa para remediar la situación. Sencillamente necesitamos confesar a Dios nuestro pecado. Cuando hacemos esto, Dios nos perdona y nos limpia de ese pecado. La sangre de Jesús sigue siendo tan efectiva para limpiarnos de nuestros pecados ahora como lo fue cuando recién creímos y nos limpió de nuestros pecados.

¿Qué sucede cuando seguimos cometiendo los mismos pecados?

Pero, ¿qué sucede cuando seguimos cometiendo los mismos pecados una y otra vez? Cada vez que cometemos estos pecados nos avergonzamos, le pedimos al Señor que nos perdone y juramos que nos comportaremos mejor para la próxima vez. No obstante, no nos comportamos mejor sino que el ciclo se vuelve a repetir y nos desanimamos aún más.

Debido a que nos sentimos tan mal, suponemos que Dios también se avergüenza de nosotros, y es posible que a la larga Él esté tan desilusionado con nosotros al punto de que no nos perdone. Esto, sin embargo, nunca puede suceder.

Esta nota del Nuevo Testamento Versión Recobro del versículo anterior explica la razón por la cual esto nunca puede suceder:

“Dios es fiel a Su palabra (v. 10) y justo con relación a la sangre de Jesús Su Hijo (v. 7). Su palabra es la palabra de la verdad de Su evangelio (Ef. 1:13), la cual nos dice que Él nos perdonará los pecados por causa de Cristo (Hch. 10:43); y la sangre de Cristo ha satisfecho Sus requisitos justos para que Él pueda perdonar nuestros pecados (Mt. 26:28). Si confesamos nuestros pecados, Dios, conforme a Su palabra y con base en la redención efectuada mediante la sangre de Jesús, nos perdona porque Él tiene que ser fiel a Su palabra y justo con relación a la sangre de Jesús; de otro modo, Él sería infiel e injusto. Debemos confesar los pecados para que Él nos pueda perdonar. Tal perdón, cuyo fin es restaurar nuestra comunión con Dios, es condicional, pues depende de nuestra confesión”.

Dios no nos perdona basándose en Su sentir; Él nos perdona basándose en su fidelidad y justicia. Debido a que Dios ha hablado Su promesa y a que Cristo ha pagado la deuda por nuestros pecados, por todos nuestros pecados, Dios debe perdonarnos. Incluso si Dios estuviera decepcionado con nosotros, mientras le confesemos nuestros pecados, ya que Él es fiel y justo, Él nos debe perdonar.

El corazón que Dios tiene hacia nosotros

A pesar de lo que pensemos o sintamos, el corazón de Dios siempre está dispuesto a perdonarnos. Dios desea tener una comunión constante con nosotros. Sin embargo, Él también sabe que somos pecaminosos y que caemos. Es por eso que Cristo cumplió todos los justos requisitos de Dios al morir en la cruz, derramando Su sangre tanto por los pecados que cometimos antes de ser salvos como por los pecados que cometemos después de ser salvos. También es por esto que Dios nos dio tal promesa tan clara y maravillosa en 1 Juan 1:9, al decirnos la manera de confesar y perdonar a fin de que nuestra comunión con Él sea restaurada inmediatamente cada vez que el pecado viene a interrumpirla.

Dios no nos pide que seamos mejor para que Él nos pueda perdonar. Él no nos pone ninguna condición en Su promesa excepto esta: “Si confesamos nuestros pecados”. Si confesamos, Él nos perdona. Es así de sencillo. Él no dice: “si me prometes comportarte mejor”, o “si confiesas un pecado que no lo hayas cometido varias veces anteriormente”, sino que sencillamente nos dice que “si confesamos”. Este es corazón que Dios tiene hacia nosotros.

Sencillamente confesemos y seamos limpios

El Señor sabe cuan meticulosamente el pecado nos envenenó en la caída, pero aun así Dios desea vivir en nosotros y con nosotros de forma continua. Pecamos, sin embargo, Su esperanza y expectativa es que tan pronto como nos demos cuenta de cierto pecado, nos volvamos a Él y sencillamente le confesemos ese fracaso. Es de esta manera que le permitimos hacer lo que Él realmente desea hacer: limpiarnos una vez más con Su sangre preciosa y restaurar nuestro disfrute de Su presencia.


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