Alrededor del año 50 d. de C., Atenas era la ciudad principal de la Grecia antigua y sede de una de las culturas más extraordinarias que el mundo hubiese conocido. Sin embargo, en esta ciudad ilustre por su conocimiento y filosofía, había un altar que tenía esta inscripción: “AL DIOS NO CONOCIDO”.
Dentro de todo ser humano existe el deseo constante de adorar algo. Pero si desconocemos qué es lo que debemos adorar, es posible que adoremos el objeto equivocado, o quizás nosotros mismos creemos un objeto de adoración o, al igual que los atenienses, tal vez simplemente lleguemos a la conclusión de que adoramos a alguien, pero sin saber quién es.
Un día, Pablo, un varón a quien Dios envió para que predicase la verdad del evangelio de Jesucristo, llegó a Atenas. Él les dijo a los atenienses que Dios es un Dios a quien podemos conocer.
Lo que Pablo dijo en Atenas hace dos mil años sigue vigente hoy. Pablo dijo que Dios es quien hizo el mundo y todas las cosas que en él hay. Él es el Creador y, como tal, también es el Señor, el dueño del cielo y de la tierra. Este Dios viviente no habita en un templo hecho por manos humanas ni tampoco es producto de los conceptos humanos o la imaginación del hombre. En lugar de ello, Dios es la fuente de vida porque Él es quien da vida y aliento a todas las cosas. Dios también es el Creador de todo el linaje que habita sobre la faz de la tierra, por lo cual Él es la fuente de toda la humanidad.
Además, Pablo dijo que Dios ha establecido un día en el cual juzgará al mundo entero por medio de un hombre designado por Él, a saber, Jesucristo. Este Jesús es Dios mismo quien vino a ser un hombre, es decir, un Dios-hombre. Jesús primero llevó una vida libre de pecado y luego murió en la cruz para quitar los pecados del mundo. Sin embargo, Él no permaneció en la muerte, sino que fue levantado de entre los muertos y un día regresará a la tierra.
Pablo añadió: “Para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros”. Dios es el Espíritu omnipresente y, como tal, está cerca de nosotros. Incluso mientras usted lee este tratado, Él está aquí, y si lo busca, lo encontrará. Finalmente, Pablo dijo que Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan. Arrepentirse implica un cambio; debemos cambiar nuestra manera de pensar en la que desconocemos o rehusamos reconocer al Dios verdadero. Al volvernos a Él, debemos creer en Aquel que fue levantado de entre los muertos: Jesucristo, y simplemente invocarlo. Él nos perdonará nuestros pecados y vendrá a vivir en nosotros, y entonces verdaderamente lo conoceremos.
Dios no quiere que usted lo conozca como el “Dios no conocido”. Usted puede conocerlo ahora mismo si tan sólo se vuelve a Él y hace esta sencilla oración:
“Señor Jesús, ¡Tú eres el Dios verdadero, mi Creador y mi Redentor! Gracias por venir para que yo te pudiera conocer. Gracias por morir por mis pecados. Creo en Ti, en Aquel que fue levantado de entre los muertos. Te recibo ahora mismo en mi ser”.