Conocer la verdad sobre la limpieza de Dios

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Cuando nos arrepentimos ante Dios y recibimos al Señor Jesús como nuestro Salvador, sucedieron muchas cosas maravillosas. Entre ellas, nuestros pecados fueron perdonados y fuimos introducidos en la comunión con Dios. 

En una entrada anterior, vimos que el perdón de Dios de nuestros pecados es absoluto. La Biblia nos muestra que nuestro historial pecaminoso es abolido, y somos liberados del justo juicio de Dios. El perdón de Dios se encarga de nuestro registro de pecado. Pero hay otro problema: nuestros pecados también dejan manchas feas en nosotros. 

Afortunadamente, ¡hay buenas noticias! La Biblia nos garantiza tanto el perdón de Dios como Su limpieza. En 1 Juan 1:9 se nos dice: 

“Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia”. 

Y la nota 3 sobre limpiarnos en el Nuevo Testamento Versión Recobro nos muestra la diferencia entre el perdón y la limpieza:

“Perdonarnos es liberarnos de la ofensa causada por nuestros pecados, mientras que limpiarnos es lavarnos de la mancha de nuestra injusticia”.

En esta entrada, leeremos más versículos y notas de la Versión Recobro para centrarnos en cómo Dios nos limpia de nuestros pecados.

Por qué necesitamos la limpieza de Dios 

Antes de ser salvos, todos vivíamos una vida separada de Dios. Todo lo que éramos y hacíamos estaba en contra de Dios, quien es santo y justo. Transgredimos contra Él de innumerables maneras. 

En Efesios 2:12, Pablo les recuerda a los creyentes en Éfeso cuál era su condición antes de ser salvos. Dice:

“Recordad que en aquel tiempo estabais separados de Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo”.

Pablo afirma aún más encarecidamente en Romanos 6 que éramos “esclavos del pecado” que presentábamos nuestros cuerpos como “esclavos a la inmundicia y a la iniquidad”. Nuestras acciones, nuestras palabras e incluso nuestros pensamientos eran erróneos y pecaminosos.

Además, Isaías 64:6 nos muestra que a los ojos de Dios, incluso nuestras buenas obras eran inmundas:

“Todos nosotros vinimos a ser como un inmundo, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia”.

Inmundos y manchados de pecado en todos los sentidos, ¡cuán desesperadamente necesitábamos la limpieza de Dios!

La eficacia de la limpieza de Dios 

Hebreos 1:3 dice que Jesús, “habiendo efectuado la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas”. 

En griego, el idioma original del Nuevo Testamento, la palabra traducida como purificación en este versículo también significa lavamiento, purgación o limpieza. Jesús logró esta purificación de una vez por todas al derramar Su sangre en la cruz por nosotros. Cuando nos arrepentimos y creímos en Él, esa purificación de los pecados fue aplicada a nosotros. Además de ser perdonados, las manchas de nuestros pecados no fueron simplemente cubiertas; fueron lavadas, limpiadas y purgadas de nosotros.

Así que no tenemos que preguntarnos si Dios todavía ve las manchas de nuestros pecados anteriores. Fueron limpiadas por la sangre de Jesús.

Dos versículos en el Antiguo Testamento nos muestran el poder y la eficacia de la limpieza de Dios. Salmos 51:7 dice:

“Lávame, y quedaré más blanco que la nieve”. 

E Isaías 1:18 dice:

“Aunque vuestros pecados sean como la escarlata, quedarán tan blancos como la nieve; aunque sean rojos como el carmesí, quedarán como la lana”. 

Cuando Dios lava las manchas de nuestro pasado pecaminoso, Su limpieza es tan absoluta que quedamos blancos como la nieve y la lana. Tanto la nieve como la lana son naturalmente blancas. Que seamos más blancos que la nieve o la lana significa que hemos sido limpiados por la sangre de Jesús tan profunda y completamente que todo rastro de nuestros pecados ha desaparecido. ¡Es como si nunca hubiéramos pecado! Esto nos muestra cuán completamente efectiva es la sangre de Jesús para limpiarnos.

Experimentar la limpieza de Dios después de que somos salvos

Por supuesto, el hecho de que seamos salvos no significa que nunca volveremos a pecar. Nuestra carne caída y nuestra naturaleza pecaminosa todavía están con nosotros, e inevitablemente desobedeceremos u ofenderemos a Dios. Pero podemos experimentar nuevamente el perdón y la limpieza de Dios cada vez que confesamos nuestros pecados a Él, como vimos en 1 Juan 1:9. 

Leamos también 1 Juan 1:7:

“Pero si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesús Su Hijo nos limpia de todo pecado”. 

La nota 5 sobre este versículo en la Versión Recobro explica más sobre cómo experimentamos esta limpieza:

“El tiempo de este verbo griego es presente y denota una acción continua, lo cual indica que la sangre de Jesús el Hijo de Dios nos lava todo el tiempo, continua y constantemente. Este lavamiento se refiere al lavamiento que en un momento determinado la sangre del Señor efectúa en nuestra conciencia. Delante de Dios la sangre redentora del Señor nos limpió una vez y eternamente (He. 9:12, 14), y la eficacia de ese lavamiento perdura para siempre delante de Dios, de tal modo que no es necesario repetirla. Sin embargo, en nuestra conciencia necesitamos la aplicación para un momento determinado del lavamiento constante de la sangre del Señor una y otra vez cuando nuestra conciencia sea iluminada por la luz divina en nuestra comunión con Dios”. 

Cada vez que nuestra conciencia sea iluminada en comunión con Dios y nos haga saber que hemos pecado, simplemente deberíamos confesar nuestros pecados a Él para que podamos experimentar Su perdón y limpieza una y otra vez. Esto sentará las bases sólidas para el resto de nuestra vida cristiana.

¡Alabado sea Dios por Su perdón y la limpieza!

Si vive en los Estados Unidos, le animamos a que pida una copia gratuita del Nuevo Testamento Versión Recobro para que pueda leer todas las notas que acompañan a los versículos mencionados en esta entrada.